1. NO creo en la magia


Hay muchas razones por las que me empeñaría en decir que no creo en la magia, todas y cada una de ellas con mucho fundamento, pero la primera sería sin duda mi madre. No es que me guste llevarle la contraria, pero es que es un poco cansado que, tu madre, una mujer seria y bueno... adulta, tenga el salón pintado de rosa y decorado con hadas y unicornios. También tiene brujas blancas y atrapa-sueños colgados. El caso es que desde pequeña ha intentado inculcarme su pasión por la magia...y hasta allí no llego. No puedo invitar gente a casa, y menos hablar de invitar chicos, por su extraña decoración. Y si le dices a alguien: “no soy yo, es mi madre”, ¿que pensará, que es una adolescente de 17 años o una mujer de 42? Por esa razón no me gusta — ni creo en — la magia.
Tampoco me gusta porqué de pequeña era la única que, gracias a mi madre, no gustaba de las películas de princesas ni de los cuentos de hadas. Si, desde pequeña les cogí aversión. Y la verdad es que no he disfrutado nunca de lo irreal, la realidad me atrae más. Cuando tenía 5 años yo no quería ser princesa, hada o maga como las demás. No sabía lo que quería hacer, realmente, por eso no iba fantaseando despierta diciendo: “seré esto, seré lo otro”. Mi desprecio hacía esas cosas me llevó a ser diferente y a sentirme sola durante varios cursos de la primaria. No duró mucho, pronto llegó la época del maquillaje y las revistas de adolescentes.
Me interesaba el mundo de la moda, porqué es real, muy real. Podría parecer que ser modelo o diseñador es otro de esos sueños inútiles perseguidos por una cría, mas no era así. Tampoco era mi sueño, para ser sinceros, pero conocía todo lo que había detrás. La delgadez casi anoréxica de las que se paseaban por las pasarelas y como el mundo de la moda era traicionera y cambiante. Ser modelo no te servía durante muchos años, tampoco. Al conocer todo eso pude ayudar a una amiga hace un par de años, una que se encontró con Ana y Mia, simplemente por eso, porqué quería ser modelo y no se sentía a gusto con su cuerpo. Ayudarla se sintió bien. Fue en esos momentos que decidí mi verdadero sueño.
Y esa es otra razón por la que no creo en la magia, quizás una de las más importantes a día de hoy. Si quiero ayudar a los demás, debo tocar de pies al suelo. Una persona que cree en la magia sería una persona inútil en mi profesión. El mundo real es duro, pero cuando una persona se ahoga en lo irreal es cuando necesita de personas como yo, que fingen comprender y darles la razón pero intentan sacarles las ideas de la cabeza. Supongo que puede sonar cruel, que mi sueño sea destruir el de los demás, pero no es así, lo único que quiero hacer es que bajen de las nubes y persigan sus ilusiones por otros caminos, o si es necesario, que hallen unas nuevas. No digo que no hayan personas con la profesión que yo quiero alcanzar que no crean en ella, es más, son sus vidas, no les pienso criticar, pero la veo tan lógica, tan real, que me atrae. Si, es así, quiero ser psicóloga.
Pero las razones no terminan aquí. Jamás entendí porqué cuando era pequeña mis padres se esforzaban en hacerme creer en los reyes magos y en Papa Noel. Sí, me gustan los regalos, para que negarlo, pero era tan notorio... La verdad es que no entendí que hice mal hasta pasados varios años. Cuando teníamos cinco años les conté la verdad a todos mis compañeros de clase, algunos me creyeron, otros preguntaron para corroborar, otros hicieron oídos sordos. Lo que esta claro son las acciones que eso conllevó. Mi tutora habló con mis padres, les contó que yo era una niña un poco especial y que necesitaba ser como los demás. Entonces hablaron de llevarme a mi a un psicólogo. La idea me desagradaba, era algo desconocido y sonaba mal. Ahora ya no lo hace, pero tengo claro que me alegro de no haber ido a ver a un vendido que se iba a esforzar para que me comportara como una niña más. Lo que si que pasó fue que ese año me quedé sin regalos, cosa que me fastidió bastante. “Si no crees, no lo necesitas”, me dijeron. Tardé bastante en entender que era un castigo por haber roto las ilusiones de treinta niños. Tengo claro que si tengo hijos, jamás les haré creer en esas patrañas. ¿Para qué? ¿Para que luego se lleven una desilusión?
En todo caso, son demasiadas las razones por las que no creo en la magia, algunas más infantiles que otras, y me gusta el mundo real, que puede llegar a ser tan bello como cruel. No entiendo porqué algunas personas como mi madre se empeñar a buscar más allá y se niegan a ver ese segundo lado de nuestra realidad. Quizás — y solo quizás  — todo sería mejor si en su momento alguien no hubiera inventado todas esas leyendas.
Por eso me gustaría chillar ahora mismo, tirarme desde aquí para comprobar que despierto en mi habitación y que esto no es más que una horrible pesadilla, pero la de golpes que me he dado — que duelen bastante y seguro que me dejan más de un hematoma — me han convencido de que no lo es.  ¿Qué hago montada en un dragón con un desconocido? No lo se. Bueno, quizás lo peor es que a mis padres les parecerá peor y más irreal que me haya ido con un desconocido a que esté volando subida a un bicho escamoso con alas. Y rezo para que lo de que sacan fuego sea mentira.
Llevamos cuatro horas aquí subidos, si no me equivoco, y no me atrevo a preguntar a dónde vamos ni cuanto queda. La verdad es que ni siquiera crucé ninguna palabra con mí... ¿secuestrador? Podríamos decir que sí, porqué me sacó a rastras de mi apacible cama y me llevó a lomos de está bestia, pero hay que concederle que la casa estaba ardiendo. También me gustaría, si tengo la oportunidad, preguntarle si mis padres están bien. Bueno, claro está, están las preguntas tan obvias que creo que no hace falta enumerarlas. En mi caso serían algo distintas, cambiaría el “¿Es un dragón de verdad?” por un “Dime, por favor, que es un cocodrilo mutante”. No es que quiera ser aún más escéptica de lo que puedo ser, pero pese a estar rozando las nubes y saber que esto es real, quizás demasiado, me niego a creer en la magia.
El sol ya ha salido, no hace nada pero ha salido, y yo estoy aquí, en pijama. ¿Y si alguien me ve por la ventanilla de un avión? Se que son pensamientos un poco estúpidos, mas no puedo pensar en cosas más lógicas, quizás es que estoy en shock, o que nunca me ha gustado volar y estar tan arriba me afecta, o simplemente que la situación es demasiado irreal para que me la tome en serio. Tal vez sea una mezcla entre las tres cosas.
Otro de los pensamientos que me sacuden es que hoy es el cumpleaños de Lauren y yo estaré a miles y miles de kilómetros. Es más, quizás no celebra nada. Mi casa ha ardido y yo estoy desaparecida. Si no lo hace me sentiré culpable, no estaba entre mis planes ir a dar este tipo de vuelta. Estos pensamientos tan idiotas me relajan, si no fuera porqué estoy como paralizada y mi cuerpo no me responde, la verdad es que empezaría a reír de lo tonto que suena todo. Estoy siendo secuestrada por un chico que vuela en un dragón y yo pienso en la fiesta de aniversario de mi mejor amiga. Supongo que mi propia mente intenta distraerme.
Si no calculo mal, estamos encima del océano. Debajo nuestro solo hay miles y miles de litros de agua. Por eso me gustaría saber porqué estamos descendiendo. Cada vez más y más cerca, puedo ver que realmente estoy en lo cierto, no hay agua. Me hubiera gustado equivocarme esta vez. Me agarro con mucha fuerza a la camisa de mi acompañante, quien también ha permanecido callado durante el viaje y noto que se mueve muy poco y que su respiración es lenta y acompasada. Me empiezo a asustar...¿se ha dormido? Yo creía que estaba pilotando a este bicho...
Le sacudo un poco, recuperando el control de mi misma, le sacudo con fuerza. Escucho chillidos de ayuda y tardo un rato en darme cuenta de que soy yo la que está chillando. No pienso parar. Tendría que haber chillado de esta manera cuando me sacó de mi casa a rastras, y me maldigo por actuar de esa forma tan relajada. ¿En que demonios estaba pensando? El chico se gira hacía mí, con sus ojos castaños entreabiertos y me mira fijamente, pero sin decir nada.
— Agua, agua, agua. ¡Nos vamos a ahogar! — repito una y otra vez, pero el parece que no me entiende, o quizás es esa su intención, porqué se encoje de hombros y se gira de nuevo para acariciar a su “preciada montura”. En estos momentos me gustaría creer en dios para tener la esperanza de que me va a salvar. O en los superhéroes. Porqué lamentablemente se que la realidad, los equipos de salvamiento, no están por aquí. Y no lo estarán hasta que encuentren mi cuerpo, ahogado, desnutrido o medio comido por la fauna marina. Y sí, se que debería dejar de aferrarme a la realidad y hacerlo un poco más fuerte a las escamas del dragón.
Hablando del rey de roma, está empezando a sumergirse y mi... ¿acompañante? no va a hacer nada para evitarlo. Genial. Cierro los ojos con fuerza y dejo de chillar y de moverme sabiendo que no va a servir de nada. Creo que el miedo ha vuelto a paralizar cada centímetro de mi cuerpo. Realmente genial. Intento pensar en cosas buenas como ir de compras y luego tomar un helado en el centro o escaparse para ir a la sesión de madrugada del cine y que no se den cuenta. Obviamente, ninguno de estos banales recuerdos me hace sentir mejor. Pronto estaré totalmente hundida y solo podré quedarme quieta y esperar a la inminente muerte o intentar nadar y retrasar lo obvio. Me decanto por la primera opción, más que nada porqué no encuentro la fuerza para moverme, esa que hace dos minutos me hacia patalear como una loca.
Me odio, odio que esto no sea un sueño, odio a este dragón y odio a la persona que está sentada delante mío. Se que no es un consuelo muy bueno, pero al menos si yo me muero él se morirá conmigo.
Pronto empiezo a perder el conocimiento y siento la presión en mi pecho, me estoy quedando sin aire. Como si de un hechizo se tratara, pese a que debido a la situación no me gusta usar la palabra, querría chillarlo, abrir los ojos y estar en mi cama. Si, chillar bien fuerte que yo NO creo en la magia. 

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