Al parecer el que
acaba de llegar es su hermano. Lo se por que les escucho hablar, pero yo no me
muevo de mi sitio. Quiere verme y hablar conmigo a solas. A mi no me gusta la
idea pero no digo nada. Es más, no quiero parecer una maleducada metiéndome en
sus conversaciones. Me pregunto que entenderán aquí por educación, de todas
formas.
Pasan más de cinco
minutos hasta que Zyra entra en la habitación, abre el armario y empieza a
sacar ropa que me tira encima.
— También debería
tomar un baño — piensa en voz alta, sacando una toalla. — Debí pensar en esto
antes. Mark quiere hablar contigo, le he dicho que vaya a dar una vuelta
mientras te preparás. — Esta vez si que habla conmigo. Me acompaña al cuarto de
baño, teniendo en cuenta que cree que yo no he salido de la habitación, y me
dice que ella también saldrá a comprar un par de cosas que necesita y a ver a
una amiga.
Tardo más de quince
minutos en regular la ducha y pienso en que añoro cosas tan sencillas como la
mía propia, la de mi casa. Mientras el agua desciende encima mío, vuelvo a
llorar, de frustración, de añoranza, de miedo. Hay tantas cosas que desconozco
de este lugar, tantas... Y lo desconocido me aterra. Enjabono cada parte de mi
cuerpo intentando deshacerme de la suciedad que parece impregnada en cada
milímetro de mi piel, lo hago varias veces.
Al salir me envuelvo
en la toalla y me siento en la taza del váter. Ya no lloro, pero seguramente
tendré los ojos rojos. Me da miedo mirarme al espejo. Todo es tan extraño que
siento que podría ver a otra persona, una que no soy yo. Finalmente me miro,
para peinarme, pero intento hacerlo rápido.
Zyra está algo más
delgada que yo, y tiene menos pecho, así que su ropa me va algo justa, pero me
entra. Desearía tener una coleta para recoger ese desastre que me cae sobre la
espalda. Se que el tal Mike...no, Mark, ya está fuera porqué escucho ruido, y
Zyra ha dicho que iba a tardar como mínimo un par de horas. Respiro hondo y
observo cuan rojos están mis ojos en estos momentos antes de salir.
Y confieso que me
esperaba cualquier cosa menos esta. Con todo lo que ha pasado, su cara, que vi
apenas unos segundos debería ser un borrón en mi memoria, pero no lo es, la
recuerdo con total nitidez, y la persona que tengo en frente ahora mismo, el
hermano de Zyra, es el chico que me trajo aquí con el dragón.
Ni siquiera intento
contenerme o pedir explicaciones, algo dentro de mi, que llevaba todo el tiempo
reteniendo sin darme cuenta me obliga a arrojarme encima suyo con fiereza.
— ¡Maldito, capullo,
cabrón! — le grito una y otra vez mientras le golpeo. Él no dice nada, su
expresión no cambia. Ni siquiera muestra sorpresa o desagrado. Y eso me hace
odiarlo más. ¿Porqué me trajo aquí? ¿Porqué mintió a su hermana? ¿Quien es?
¿Cómo termino en mi casa ese día? ¿La incendió él?
— Nunca pensé que un
error me iba a traer tantos problemas — dice, y se ríe. Le empujo encima del
sofá con fuerza. ¿Un error?
— ¿Qué coño dices? —
le espeto, dirigiéndolo una de esas miradas que asesinan. El simplemente vuelve
a reír y niega con la cabeza.
— No deberías ser
tan mal hablada, pequeña. — esa actitud suya, tan desenfadada me parece la cosa
más irritante del planeta. Intento contenerme para no pegarle un buen par de
puñetazos en esa boca. Quizás no serviría de mucho pero me quedaría más
relajada.
— ¿Me vas a decir
que quieres decir con lo de error? — le inquiero, haciendo acopio de toda mi
fuerza de voluntad para no poner una palabrota cada dos palabras.
— Es muy complicado
explicarle a alguien como tu toda la historia. Solo te diré que no pretendíamos
llevarte a ti, sino a tu madre.
— ¿Alguien como yo?
¿Mi madre? — No se ni porqué intento
comprender lo que me está diciendo en vez de cargármelo o obligarlo a llevarme
de vuelta a casa de una vez.
— Sí. Ella se puso
en contacto con nosotros. — suspira y me habla como quien le habla a un niño pequeño
que no entiende nada — Bueno, quizás tu nos sirves. Tal vez te ha contado algo
que nos pueda ser útil. Aunque viendo como te comportas, solo por casualidad.
Una muy gran casualidad.
Sus palabras se me
atragantan de tal manera que tengo ganas de escupirle a la cara. ¿Porqué
querría mi madre hablar con alguien tan arrogante como él? Y además, habla de
ponerse en contacto, ¿que son, una especie de Alien o qué? Empieza a andar
hacía la puerta y me alegro de que se vaya. Ha sido una conversación corta, y
ciertamente encontraré otra forma de volver a casa, una que no le implique a
él.
— ¿No vienes? — me
inquiere, y la mirada que le dirijo — pues no tengo ningunas ganas de gastar
saliva en él a no ser que sea, como he dicho antes, para escupirle — es de “No
iría contigo ni aunque fueras la ultima persona del mundo”.
— Venga ya, joder.
Te salvo de un incendio, me montas un numerito por un poco de agua. Te dejo
cinco minutos sola en la arena y desapareces dos días. Te encuentro casi
muerta, te traigo para que mi hermana te cuide y me atacas. No es por quejarme
pero creo que eres un poco desagradecida. — Oh, ¿así que ahora la mala de la
película soy yo?
— Perdona, pero eso
no es así — le espeto. — Sí, me salvaste del incendio, pero eso es lo único que
has hecho por mí. ¡Podrías haberme dejado fuera de mi casa y haberte largado!
¡Me secuestraste y me llevaste a no se donde encima de un dragón! Luego casi me
matas por ahogo y después me dejaste tirada en medio de una nada enorme llena
de arena dónde casi me muero. Y al parecer un lugar donde no debías estar, pues
tu hermana no sabe que es. Por cierto, si tengo algo que agradecerle a alguien
algo es a ella, no a ti.
— ¿Solo sabes
quejarte? — me pregunta y me agarra el brazo con fuerza arrastrándome de nuevo,
como cuando me saco de mi casa. Intento resistirme pero me lleva hacía un
ascensor transparente al fondo del pasillo lleno de puertas. — O cooperas
porqué quieres o cooperas porqué quiero. Pero tu vas a cooperar.
Mientras bajamos me
repite una y otra vez que no puedo montarle un espectáculo por la calle, que me
relaje, que luego me volverá a traer aquí y que solo quiere comentarme un par
de cosas en un lugar más tranquilo. Yo estaba bastante tranquila allí, y sea lo
que sea lo que quiera saber no le diré nada, así que ya puede llevarme donde le
de la gana. Si me lleva a casa mejor. Pero no quiero irme sin haber encontrado
la forma de darle las gracias a Zyra.
Nos subimos en un
autobús que parece bastante normal hasta que descubro que no tiene conductor y
yo me dedico a mirar por la ventana sorprendiéndome de cada detalle que veo.
Cuando toca bajar ya casi me he olvidado por completo de quien viaja a mi lado.
Desde aquí cogemos otro bus que nos lleva a las afueras. A cada metro que
avanzamos me pregunto más seriamente porqué no he opuesto más resistencia, ¿por
qué no le he montado un pollo en medio de la calle y he salido corriendo?
“Porqué no tienes a donde ir, no sabes como regresar a tu casa y él al menos
sabe porqué estás aquí”, me dice mi subconsciente. No hace falta que me lo
recuerde, gracias.
Finalmente bajamos
en una zona dónde, de los grandes edificios que abundan en la ciudad que
acabamos de dejar atrás, no hay nada. Aquí hay almacenes. Podría parecer un
polígono industrial si tan solo hubieran fábricas, mas no. Solo hay almacenes.
Mark me indica por donde ir en silencio, y yo le sigo con desgana, pensando en
lo simple que sería “perderse” por aquí. Luego sería cuestión de tomar el mismo
camino a la inversa. Pero jamás podré hacerlo si no me quita los ojos de
encima, y no lo hace en ningún momento.
Cuanto más
avanzamos, más me recuerda esto a una de esas películas de serie B. Ahora
abrirá las puertas y será una habitación con la tecnología más avanzada del
lugar, y tendrá que pasar un reconocimiento facial para poder entrar. Luego me
contará que pertenece a una agencia de espionaje, que ese dragón es su nueva
arma y que mi madre fue una de sus espías en el pasado. Vaya, pues no sería una
mala trama, un tanto trillada. ¿Pero cual no lo está?
En el fondo me decepciona
un poco encontrarme una gran sala llena de cajas inútiles. Me indica que me
siente encima de una de ellas pero yo me quedo de pie, apoyada en la pared y
cruzo los brazos. Como ya dije, no tengo ninguna intención de cooperar. Por
unos minutos se pierde entre el laberinto de cajas y se que podría escapar,
pero quiero ver si finalmente recapacita y me lleva a casa. Sí, eso estaría
genial.
Al regresar, no lo
hace solo. Le siguen tres hombres y dos mujeres, cuyas edades oscilan puntos
muy distantes. De todos modos, la más joven aquí sigo siendo yo, o eso creo, ya
que Mark tiene más de 20, y no hay ninguno de ellos que parezca más joven.
— Buenas tardes,
señorita Jefferson. — me saluda una de las mujeres, que parece tener la edad de
mi madre o un poco más. — Siento mucho que usted haya terminado aquí, y haremos
todo lo posible para remediar el error.
— Gracias — le digo,
y mis palabras van cargadas de sarcasmo. La verdad es que me cansa que digan
que fue un error. Muchas veces me han dicho que puedo ser madura para mi edad,
pero de ahí a que me confundan con una mujer de 42 años...
— Pero no sabemos
cuando podremos llevarla de vuelta, podría ser dentro de unos días o incluso de
años.
— ¿¡Que qué!?
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