4. Mark


Al parecer el que acaba de llegar es su hermano. Lo se por que les escucho hablar, pero yo no me muevo de mi sitio. Quiere verme y hablar conmigo a solas. A mi no me gusta la idea pero no digo nada. Es más, no quiero parecer una maleducada metiéndome en sus conversaciones. Me pregunto que entenderán aquí por educación, de todas formas.
Pasan más de cinco minutos hasta que Zyra entra en la habitación, abre el armario y empieza a sacar ropa que me tira encima.
— También debería tomar un baño — piensa en voz alta, sacando una toalla. — Debí pensar en esto antes. Mark quiere hablar contigo, le he dicho que vaya a dar una vuelta mientras te preparás. — Esta vez si que habla conmigo. Me acompaña al cuarto de baño, teniendo en cuenta que cree que yo no he salido de la habitación, y me dice que ella también saldrá a comprar un par de cosas que necesita y a ver a una amiga.
Tardo más de quince minutos en regular la ducha y pienso en que añoro cosas tan sencillas como la mía propia, la de mi casa. Mientras el agua desciende encima mío, vuelvo a llorar, de frustración, de añoranza, de miedo. Hay tantas cosas que desconozco de este lugar, tantas... Y lo desconocido me aterra. Enjabono cada parte de mi cuerpo intentando deshacerme de la suciedad que parece impregnada en cada milímetro de mi piel, lo hago varias veces.
Al salir me envuelvo en la toalla y me siento en la taza del váter. Ya no lloro, pero seguramente tendré los ojos rojos. Me da miedo mirarme al espejo. Todo es tan extraño que siento que podría ver a otra persona, una que no soy yo. Finalmente me miro, para peinarme, pero intento hacerlo rápido.
Zyra está algo más delgada que yo, y tiene menos pecho, así que su ropa me va algo justa, pero me entra. Desearía tener una coleta para recoger ese desastre que me cae sobre la espalda. Se que el tal Mike...no, Mark, ya está fuera porqué escucho ruido, y Zyra ha dicho que iba a tardar como mínimo un par de horas. Respiro hondo y observo cuan rojos están mis ojos en estos momentos antes de salir.
Y confieso que me esperaba cualquier cosa menos esta. Con todo lo que ha pasado, su cara, que vi apenas unos segundos debería ser un borrón en mi memoria, pero no lo es, la recuerdo con total nitidez, y la persona que tengo en frente ahora mismo, el hermano de Zyra, es el chico que me trajo aquí con el dragón.
Ni siquiera intento contenerme o pedir explicaciones, algo dentro de mi, que llevaba todo el tiempo reteniendo sin darme cuenta me obliga a arrojarme encima suyo con fiereza.
— ¡Maldito, capullo, cabrón! — le grito una y otra vez mientras le golpeo. Él no dice nada, su expresión no cambia. Ni siquiera muestra sorpresa o desagrado. Y eso me hace odiarlo más. ¿Porqué me trajo aquí? ¿Porqué mintió a su hermana? ¿Quien es? ¿Cómo termino en mi casa ese día? ¿La incendió él?
— Nunca pensé que un error me iba a traer tantos problemas — dice, y se ríe. Le empujo encima del sofá con fuerza. ¿Un error?
— ¿Qué coño dices? — le espeto, dirigiéndolo una de esas miradas que asesinan. El simplemente vuelve a reír y niega con la cabeza.
— No deberías ser tan mal hablada, pequeña. — esa actitud suya, tan desenfadada me parece la cosa más irritante del planeta. Intento contenerme para no pegarle un buen par de puñetazos en esa boca. Quizás no serviría de mucho pero me quedaría más relajada.
— ¿Me vas a decir que quieres decir con lo de error? — le inquiero, haciendo acopio de toda mi fuerza de voluntad para no poner una palabrota cada dos palabras.
— Es muy complicado explicarle a alguien como tu toda la historia. Solo te diré que no pretendíamos llevarte a ti, sino a tu madre.
— ¿Alguien como yo? ¿Mi madre?  — No se ni porqué intento comprender lo que me está diciendo en vez de cargármelo o obligarlo a llevarme de vuelta a casa de una vez.
— Sí. Ella se puso en contacto con nosotros. — suspira y me habla como quien le habla a un niño pequeño que no entiende nada — Bueno, quizás tu nos sirves. Tal vez te ha contado algo que nos pueda ser útil. Aunque viendo como te comportas, solo por casualidad. Una muy gran casualidad.
Sus palabras se me atragantan de tal manera que tengo ganas de escupirle a la cara. ¿Porqué querría mi madre hablar con alguien tan arrogante como él? Y además, habla de ponerse en contacto, ¿que son, una especie de Alien o qué? Empieza a andar hacía la puerta y me alegro de que se vaya. Ha sido una conversación corta, y ciertamente encontraré otra forma de volver a casa, una que no le implique a él.
— ¿No vienes? — me inquiere, y la mirada que le dirijo — pues no tengo ningunas ganas de gastar saliva en él a no ser que sea, como he dicho antes, para escupirle — es de “No iría contigo ni aunque fueras la ultima persona del mundo”.
— Venga ya, joder. Te salvo de un incendio, me montas un numerito por un poco de agua. Te dejo cinco minutos sola en la arena y desapareces dos días. Te encuentro casi muerta, te traigo para que mi hermana te cuide y me atacas. No es por quejarme pero creo que eres un poco desagradecida. — Oh, ¿así que ahora la mala de la película soy yo?
— Perdona, pero eso no es así — le espeto. — Sí, me salvaste del incendio, pero eso es lo único que has hecho por mí. ¡Podrías haberme dejado fuera de mi casa y haberte largado! ¡Me secuestraste y me llevaste a no se donde encima de un dragón! Luego casi me matas por ahogo y después me dejaste tirada en medio de una nada enorme llena de arena dónde casi me muero. Y al parecer un lugar donde no debías estar, pues tu hermana no sabe que es. Por cierto, si tengo algo que agradecerle a alguien algo es a ella, no a ti.
— ¿Solo sabes quejarte? — me pregunta y me agarra el brazo con fuerza arrastrándome de nuevo, como cuando me saco de mi casa. Intento resistirme pero me lleva hacía un ascensor transparente al fondo del pasillo lleno de puertas. — O cooperas porqué quieres o cooperas porqué quiero. Pero tu vas a cooperar.
Mientras bajamos me repite una y otra vez que no puedo montarle un espectáculo por la calle, que me relaje, que luego me volverá a traer aquí y que solo quiere comentarme un par de cosas en un lugar más tranquilo. Yo estaba bastante tranquila allí, y sea lo que sea lo que quiera saber no le diré nada, así que ya puede llevarme donde le de la gana. Si me lleva a casa mejor. Pero no quiero irme sin haber encontrado la forma de darle las gracias a Zyra.
Nos subimos en un autobús que parece bastante normal hasta que descubro que no tiene conductor y yo me dedico a mirar por la ventana sorprendiéndome de cada detalle que veo. Cuando toca bajar ya casi me he olvidado por completo de quien viaja a mi lado. Desde aquí cogemos otro bus que nos lleva a las afueras. A cada metro que avanzamos me pregunto más seriamente porqué no he opuesto más resistencia, ¿por qué no le he montado un pollo en medio de la calle y he salido corriendo? “Porqué no tienes a donde ir, no sabes como regresar a tu casa y él al menos sabe porqué estás aquí”, me dice mi subconsciente. No hace falta que me lo recuerde, gracias.
Finalmente bajamos en una zona dónde, de los grandes edificios que abundan en la ciudad que acabamos de dejar atrás, no hay nada. Aquí hay almacenes. Podría parecer un polígono industrial si tan solo hubieran fábricas, mas no. Solo hay almacenes. Mark me indica por donde ir en silencio, y yo le sigo con desgana, pensando en lo simple que sería “perderse” por aquí. Luego sería cuestión de tomar el mismo camino a la inversa. Pero jamás podré hacerlo si no me quita los ojos de encima, y no lo hace en ningún momento.
Cuanto más avanzamos, más me recuerda esto a una de esas películas de serie B. Ahora abrirá las puertas y será una habitación con la tecnología más avanzada del lugar, y tendrá que pasar un reconocimiento facial para poder entrar. Luego me contará que pertenece a una agencia de espionaje, que ese dragón es su nueva arma y que mi madre fue una de sus espías en el pasado. Vaya, pues no sería una mala trama, un tanto trillada. ¿Pero cual no lo está?
En el fondo me decepciona un poco encontrarme una gran sala llena de cajas inútiles. Me indica que me siente encima de una de ellas pero yo me quedo de pie, apoyada en la pared y cruzo los brazos. Como ya dije, no tengo ninguna intención de cooperar. Por unos minutos se pierde entre el laberinto de cajas y se que podría escapar, pero quiero ver si finalmente recapacita y me lleva a casa. Sí, eso estaría genial.
Al regresar, no lo hace solo. Le siguen tres hombres y dos mujeres, cuyas edades oscilan puntos muy distantes. De todos modos, la más joven aquí sigo siendo yo, o eso creo, ya que Mark tiene más de 20, y no hay ninguno de ellos que parezca más joven.
— Buenas tardes, señorita Jefferson. — me saluda una de las mujeres, que parece tener la edad de mi madre o un poco más. — Siento mucho que usted haya terminado aquí, y haremos todo lo posible para remediar el error.
— Gracias — le digo, y mis palabras van cargadas de sarcasmo. La verdad es que me cansa que digan que fue un error. Muchas veces me han dicho que puedo ser madura para mi edad, pero de ahí a que me confundan con una mujer de 42 años...
— Pero no sabemos cuando podremos llevarla de vuelta, podría ser dentro de unos días o incluso de años.
— ¿¡Que qué!?

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