Ya hace cuatro días
que Mark vive aquí y aunque intento cruzarme con él lo menos posible es
bastante difícil, el piso tampoco es muy grande. Tengo la suerte de que sale
bastante y de que viendo como le contesto yo tampoco intenta entablar
conversación muy a menudo, pero es que su sola presencia ya me pone de los
nervios. Me puedo reír de él cuando su hermana le regaña por cualquier cosa,
pero no puedo relajarme si está cerca.
A veces me despierto
por la noche en medio de una pesadilla o simplemente soy incapaz de conciliar
el sueño, por lo que para no molestar huyo a sentarme en el sofá y paso allí el
rato. Ahora no puedo hacerlo, y simplemente oculto la cabeza bajo las sábanas o
me pongo a ver la televisión de aquí, pero he descubierto que es tan grande que
me da dolor de cabeza mirarla de tan cerca.
Hoy es una de esas
noches en las que no puedo conciliar el sueño. Cuando veo que no sirve de nada
contar ovejas salgo a la cocina a por un vaso de leche, aunque no me apetezca
mucho y veo luz asomar por debajo de la puerta del comedor, que está cerrada.
Definitivamente aquí no hay relojes, ni horas, no entiendo como no se duermen y
saben como hacer cada cosa en su momento, pero el caso es que deben ser las
tres de la madrugada o por ahí.
Lo ignoro y voy a la
cocina, rezando para que el microondas no haga mucho ruido y me delate, y al no
haber sillas me siento en el mármol y bebo allí la leche. Veo que apenas queda
para un vaso más y me recuerdo que mañana debería comprar.
— ¿Qué haces aquí
sentada? — su voz me saca de mis pensamientos — ¿No puedes dormir? — niego con
la cabeza y espero que se vaya, pero no lo hace. — Anda, baja. — dice casi un
minuto después. No se porqué no me veo con fuerzas para llevarle la contraría
así que bajo y dejando la leche a medio beber me dirijo hacia la puerta. Él abre
el cajón y saca un paquete de caramelos.
Yo ya estoy delante
de la puerta de la habitación cuando siento que me coge por el brazo y me
arrastra hacia el comedor. ¿Como es que dejo que me arrastre siempre?
— ¿Qué quieres? — le
pregunto visiblemente molesta.
— Hablar.
— ¿Ahora?
— Cualquier momento
es bueno para hablar. — siento que no vale la pena decir nada más ya que esto
parece un dialogo de besugos. — ¿A dónde vas? — yo estoy caminando de nuevo a
la cocina, ya que tengo que escucharle prefiero terminarme la leche antes, a
ver si con un poco de suerte me duermo mientras habla. Sin querer, claro está.
Regreso y me siento
en el sofá, pero en la otra punta.
— Estás todo el día
llorando y comportándote como una victima. — bueno, creo que quería decir que
cualquier momento es bueno para criticar y echarse las cosas a la cara.
— Creía que ya
habíamos hablado de esto.
— Sabes, me sacas de
mis casillas. — lo dice de la misma forma en la que podría haber dicho que es
de noche.
— ¿Por qué? No,
espera, no respondas, yo lo hago por ti. Porqué no soy lo que esperabas, porqué
no río e intento fingir que aquí no pasa nada cuando mis padres podrían estar
los dos muertos. En definitiva, porqué no hago lo que tu quieres. ¿Tienes
sentimientos o solo eres un robot que han programado para sonreír y ya?
— Me sacas de quicio
porqué no puedo hablar contigo sin que me eches encima montañas de mierda y ni
siquiera te dignas a tratarme como una persona. Quiero ayudarte.
— ¿Burlándote de mi?
Vas por el buen camino.
— ¿Ves? Te ha faltado
tiempo, ni siquiera te has parado a pensar más de medio segundo en lo que te he
dicho.
— ¿Ahora vas a darme
lecciones sobre la vida? — replico, aunque se que tiene razón.
— Puede.
— ¿No deberías tener
una vida antes de meterte en la de otros?
— Deberías aprender
a morderte la lengua de vez en cuando — me regaña, y yo me remuevo en el
asiento.
— Me gusta decir lo
que me pasa por la cabeza.
— A este paso serás
la peor psicóloga del mundo.
— Cómo...
— Te escuché
hablando con Zyra.
— Ah — es lo único
que digo, pero el comentario me ha dolido.
— Mira, te voy a
contar una historia.
— Ya estoy mayor
para cuentos.
— Hace 4 años yo
estaba en un centro. Llegué allí con doce años y nadie me miraba, era solo un
crío más, un crío llorón y solitario. — Bueno, ahora me va a contar su vida,
será mejor que me ponga cómoda. — Entonces conocí a una persona muy especial
para mí. Tenía solo diez años pero ya caminaba por la vida con la misma
seguridad con la que lo hace ahora. Y también era igual de bondadosa — no
entiendo a donde quiere llegar, pero yo asiento con la cabeza, se me están
quitando las ganas de discutir — Zyra me ayudó a seguir adelante y se convirtió
en alguien especial para mí, en una hermana pequeña que cuida de mi más de lo
que yo cuido de ella, aunque se que debería ser al revés.
— Entonces, ¿no sois
hermanos de verdad? — le pregunto sorprendida pese a que se que debería haber
llegado a esa conclusión desde el principio de la historia.
— No hace falta
compartir sangre para ser hermanos — me dice y se aclara la garganta — Bueno,
voy a seguir. Yo llegué allí por una razón. Solo lo saben los del grupo. Se lo
conté a Zyra pero dijo que tenía mucha imaginación para estar deprimido. Nunca
más hablamos del tema. — hace una pausa y mira al techo, suspirando — Mis padres
intentaron salir por la arena haciendo un túnel por debajo de la puerta. Yo iba
con ellos pero desperté en ese centro. No he vuelto a saber nada de ellos, pero
creo que tiene que ver con las personas que tienen a tu madre.
— ¿Y? — Pregunto de
pronto muy molesta por que me lo ha recordado — ¿De que me sirve conocer tu
historia?
— Bueno, yo solo
digo que estamos en las mismas y yo he aprendido a sonreír pese a todo —
concluye.
— Bueno, tú eres tu
y yo soy yo. Y no estaríamos en las mismas si hubieras hecho lo que debías
hacer.
— No se porqué intento hablar contigo.
Después de eso
regreso a la cama pero no logro pegar ojo en toda la noche. Y en parte se que
él tampoco está durmiendo. Lo que ha dicho me ha ayudado a comprender un poco
mejor porqué es de esta manera conmigo. Él solo quiere que me despreocupe un
poco. Pero no lo haré. Por qué me conozco a mi misma, y se que sería incapaz. Y
por otra parte, es obvio que Mark tampoco cambió su humor de la noche a la
mañana. Y hoy en día sigue buscando a sus padres, que querían salir. Y si
solo...le dejaron atrás. Entonces supongo que la idea de que estén en el mismo
sitio donde está mi madre resulta mejor para él. Más fácil de aceptar.
Ahora que lo pienso,
una nueva duda acecha mi cabeza. ¿Por qué hay tan pocas personas que quieren
salir? ¿A nadie le sorprende? Y las personas mayores...las que saben que no
siempre ha sido así... ¿por qué se resignan?
Tengo la sensación
de que jamás terminaré de entender que ocurre aquí, por mucho que lo intente.
Lo primero que se me ocurre es que tal vez debería hablar con Silva y Ant,
mostrarles todas y cada una de mis dudas. Pero ellos dos me intimidan. No creo
que Mark vaya a ayudarme, quizás no intente hablar más conmigo. Por unos
momentos pienso que sería lo mejor, pero de Zyra no puedo sacar nada en claro.
Mis otras opciones
son Neil, la mujer con la que hablé o el otro chico, Michel o algo así. Y la
verdad es que solo ella me despierta confianza pese a que ni siquiera conozco
su nombre.
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